ALFONSO NAVALÓN 20 AÑOS DESPUÉS
ALFONSO NAVALÓN 20 AÑOS DESPUES
Han pasado los años,
el tiempo suficiente en el que parece que, todo recuerdo se va marchitando, y
donde el olvido se abre paso entre los seres humanos, y aquello que ocurrió, va
dejando una huella cada vez más difusa, tanto que en no pocas ocasiones, mucho
más al ritmo de vida tan locamente acelerado, se van sucediendo los
acontecimientos, que lamentablemente,- salvo para unos cuantos- los recuerdos
van desapareciendo, son esos cuantos, aquellos que mantienen el recuerdo, la
estela y la huella de su figura.
Ahora que parece que la afición taurina parece resurgir, atraídos
por el tirón de algunos toreros, muchos jóvenes, de ha apuntado a las plazas,
-servidor espera- que logren los conocimientos y los cimientos suficientes para
permanecer en ellas, no se aburran y sea una moda pasajera, cuestión que ya ha
sucedido en otras épocas. A todos ellos les animo a leer “Viaje a los toros del sol”
(Alianza Editorial).
No voy a ocupar una línea hablado del personaje que adorna
el título, en este caso tras esta entradilla inserto el recuerdo de un buen
amigo y aficionado, que bien conocía, tanto la historia de Alfonso, como la
mía:
Domingo Bejarano
(<dombej@gmail.com>) escribió:
Traten Ustedes de imaginarlo: venía de la Plaza, con la
visión aún caliente de la tarde. En el anochecer urgente de “Informaciones “o
“Pueblo “o “El Adelanto “o “Tribuna “aporreaba con contumaz rabia esa máquina
de escribir de la que nunca supo o quiso desprenderse. La vista levantada
(primero sin y luego con la ayuda de cristales) para otear y describir con
belleza descarnada un mundo en el que se pensaba un extranjero, un extraño, sin
tiempo y sin edad.
“Espacio y tiempo
juegan al ajedrez “cantaba Antonio Vega mientras el abuelo Alfonso hacía
literatura de una “décima de segundo “para disfrazar cruelmente su particular
visión de la realidad en la soñada plástica partitura del toreo.
De la estirpe de los poetas sin poesía. Imponer, más que
compartir, lo que sabía. Espectador apasionado, encerrado en su propia
biografía. Pura soledad, soledad infinita.
Algunos compartimos con él vino y amistad e, incluso,
traiciones dolorosas. Algunos entendimos que los toros los conoció como nadie.
Algunos entendimos que los toros los describió como nadie. Algunos supimos que,
en su inmenso egoísmo, ese conocimiento lo regaló a todo el mundo y que cuando
quiso hacer cuentas y caja de lo dado era más grande el debe que el haber.
Como Roy Batty el Replicante de “Blade Runner “con toda la
razón pudo proclamar en su epitafio: “He visto cosas que vosotros no creeríais:
atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la
oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser... Todos esos momentos se perderán
en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir “.
Alfonso Navalón Grande: cronista, testigo de un mundo
agonizante en perpetuo peligro de extinción, de un mundo trágico, escritor de
un tiempo heroico que se pierde, que se desploma. Con la mirada tocando el
final del día, con los ojos de quien no quería que se acabara nunca la vida que
amaba.
De Fermín
González y Domingo Bejarano
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