SALVADORES DE LA PATRIA
ENTRE PUENTES
SALVADORES DE LA PATRIA
Pérez, Rodríguez, García, Hernández, Gil,
Alonso, Gutiérrez, Fernández: Eran intelectuales. Y acordaron reunirse para
tratar de asuntos que al mejoramiento de la Patria y a la prosperidad
condujesen. De aquellas reuniones que habían de celebrar, saldrían grandes y
luminosos acuerdos... Pérez, era un buen muchacho. Tenía un
defecto: hacía versos, y, unas buenas cualidades: ingenuidad inocencia, fe... Pérez había logrado publicar varias
poesías en algunos semanarios de la Corte; y se hallaba engreído por ello. Sus
poesías eran unos romances como él, ingenuos y suaves, faltos de brío, de nervio, de fibra... Un día decidió
publicar un periódico por su cuenta. Y fundó una revista. Una revista,
atildada, coquetona, de una inmejorable presentación material... Pero al
público— ¿y por qué señor, por qué?—no le gustó. Y la revista fracasó. Pérez,
ingenuo y sencillo, perdió unas pesetas y vio marchitarse sus ilusiones...
Además le ocurrió— ¡y esto sí que fue sensible! — que las revistas de la Corte
dejaban de admitir su colaboración... Pérez
lloró y se consideró fracasado.
Rodríguez era un pedagogo. Maestro de
primera enseñanza en una escuela pública. Tenía 1.800 pesetas de sueldo y
vestía unos trajes absurdos y lamentablemente zurcidos, brillantes por el
excesivo uso y deformados. . Tenía unas vagas e imprecisas aspiraciones y pasaba
la vida renegando de todo y de todos… García
era atrabiliario, sordo, cesante perpetuo y de oficio mecánico; pero no
ejercía. Había inventado una máquina para tostar café, y una máquina para hacer cigarrillos; ofreció a varios
fabricantes las patentes de sus aparatos y no se las compraron. Al fin
arrinconó sus máquinas y se resignó. Sus camaradas le habían contagiado con su
monomanía y se había hecho intelectual, aunque decía (“haiga” “drento” “asin”), era un bienhechor a quien la humanidad
debía estar agradecida… Hernández no
era nada, no era nadie... Hernández leyó de niño muchos novelones absurdos y
escalofriantes. Se había hecho tímido, y quería ser novelista y dramaturgo.
Pero no podía serlo. Cuantas veces se encontraba ante un montón de cuartillas dispuesto a eclipsar la gloria de Shakespeare o de Cervantes, y asía la
pluma para dar principio a su tarea, se le notaba su falta de talento y de
ingenio. Como esto le torturaba, como eso le impedía realizar sus aspiraciones,
acababa por llorar y romper la pluma, para, a la media hora disponerse nuevamente a poner la primera piedra del edificio de su
futura fama... Gil, Gutiérrez, Fernández,
Alonso, eran de una ideología casi igual a la de estos buenos
personajes, y la fisonomía moral la
acabamos de relatar. En resumen; estos
buenos personajes, no eran nadie, no
eran nada... Si acaso unos fracasados... Y se reunieron en un café solitario
que tenía los techos ennegrecidos y los divanes rojos. Pasaron al reservado. Y
allí, solos, empezaron a discutir ardorosamente acerca del lamentable estado de
la Patria, y de los medios que podrían contribuir a salvarla, a regenerarla-
habló el primero, como poeta romántico-, al final; hizo un vibrante párrafo
acerca de la Patria… ¡Ah, la Patria, nuestra Patria, que se cae, que se hunde,
que se desmorona!... ¡La Patria desaparecerá, si nosotros los jóvenes no
ponemos pronto un remedio rápido y enérgico!... Debemos, pues, tomar una
inmediata resolución. Debemos tomar… -“ Yo tomaré café con media de arriba”—dijo Gutiérrez… Y yo, Pérez…. Y yo. Rodríguez. Y todos tomaron café con
media tostada. Alimento de intelectuales. Luego redactaron una nota. Habíanse
puesto de acuerdo al fin. Decía así la
nota:
España muere, España agoniza, España es un cuerpo ya en descomposición. Y es la
España nuestra, no quedan en nuestra bien amada Patria, ni hombres ni dinero,
ni ideales. Todo ha huido de España. Nosotros los jóvenes, debemos, estamos
obligados, a procurar la salvación de España, poniendo a contribución para ello
nuestras energías… ¡Estamos decididos!... ¡Completamente decididos!.. Y de no
lograr nuestros propósitos, si la madre Patria no nos atendiese, huiríamos
avergonzados, lejos de España. Avergonzados de ver que las campañas nobles caen
en el vacío. Avergonzados de la incultura, de la falta de ideales de nuestros
compatriotas. Avergonzados de nuestro fracaso, no. ¡No! Y, ¿Qué hemos de hacer
para salvar la Patria? Una cosa; una sola cosa: Emprender una activa y
enérgica campaña contra las corridas de toros.. Las corridas de toros consumen
las energías, el dinero del pueblo. Con ellas el pueblo se embrutece. Y, por
eso, debemos procurar desterrar esa fiesta bárbara, inculta, salvaje, cuna de
analfabetismo, barbarie é incultura, rémora de la civilización... Hay que
acabar con las corridas. Opongamos a su celebración nuestro esfuerzo. Y cuando
no haya corridas… España entrará en una época próspera, floreciente y será una
gran potencia que tendrá hombres de genio, ideales, energías. Tendrá cultura,
no habrá analfabetismo; lloverá cuando haga falta para florecer los campos; no
llegarán los trenes con retraso a su destino; se abaratará el calzado;
tendremos ministros con talento; seremos más altos que los hombres de ahora, y
se pondrá el avión al alcance de todas las fortunas... ¡Abajo las corridas! Y, Pérez, Rodríguez, García, Hernández, Gil, Alonso, Gutiérrez, Fernández,
cambiaron unas significativas miradas de inteligencia y sonrieron satisfechos.
Gracias a ellos ¡la Patria estaba salvada!...
NOTA- Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia…
Fermín
González Salamancartvaldia.es
(blog taurinerías)
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