EL PETO NOVENTA AÑOS DESPUES
EL PETO, NOVENTA AÑOS
DESPUES
El peto apareció en
1.928 bajo la dictadura de Primo de Rivera, las revueltas y nerviosas aguas que
corrían por España, no fueron obstáculo para inventarse el modo de socorrer a
tanto caballo destripado en las plazas.
Historia:
En uno de los largos viajes en tren que por los años veinte
hacían los toreros, para trasladarse a las plazas, viajaba el matador Marcial
Lalanda, (1.903 1.990) al cual se le acercó un oficial del ejército, para
pedirle que lo acompañara, recorren dos coches de primera, y al llegar al
primer coche cama se detiene.
-¿Quiere hacer el favor de pasar?
En el diván está vestido de paisano, el general Primo de
Rivera, que ojea la prensa de la noche.
Marcial le conocía de alguna tienta y de haber presidido
alguna corrida. Estuvieron hablando, e interesándose por la Fiesta, los
proyectos, y lo ocurrido durante la temporada. “Todo tendrá buen arreglo” afirmo
el general. Y efectivamente así fue, pues el pleito con los subalternos, la
suspensión del juego, la imposición de los petos y la nueva modalidad de la
suerte de varas, que consistía.-En que los picadores permanecieran dentro hasta
que el toro estuviera fijado, tal y como viene hoy sucediéndose.
Como consecuencia de las cogidas mortales, que van siendo
cada vez más frecuentes en los ruedos, se reúne una comisión en la Dirección
General de Seguridad. Y se estudió la forma de reducir el riesgo a que eran
sometidos los caballos en las corridas de toros. Iba a imponerse el peto, que
transformaría la fiesta de los toros.
Casi dos años después, el 7 de febrero de 1928, de aquel
primer impulso del absolutista Primo de Rivera, se dictó la Real Orden número
127, sobre la protección de los caballos en la corrida de toros, la cual,
dispuso que: “A contar del día 8 de abril, y con carácter provisional y hasta
el año 1929, será obligatorio el uso de los petos defensivos de los caballos en
las plazas consideradas de primera categoría”; es decir, las de Madrid,
Sevilla, Valencia, San Sebastián, Bilbao, Zaragoza y Barcelona.
En un principio, el resto de las plazas el uso de los petos
era potestativo, a juicio de la autoridad gubernativa; sin embargo a partir del
día 13 de junio de este mismo año, se hizo extensivo y obligatorio a todas las
plazas de España.
El día 8 de abril de 1928, en la plaza de toros de Madrid,
en la corrida de Pascua de Resurrección, se usaron ya, con carácter obligatorio
y definitivo, los petos protectores de los caballos.
La fiesta en principio no perdió nada con el peto y se
entiende que sin él, hoy no sería posible dar corridas de toros. Pero del
genial invento para salvar la vida del caballo, al maxipeto puesto de moda,
donde el picador deja al toro que se estrelle contra la muralla de la tarde,
convirtiendo la gallardía, belleza y emoción de la suerte de varas en un
concurso de linchamiento y con ello hacer desaparecer al toro (o más bien lo
que queda hoy del toro). En cuanto hay alguna ocasión, por mínima que sea, de
presenciar la lucha de un verdadero toro, asistiremos, - salvo honrosas
ocasiones, que las hay- al abuso, haciendo daño escondiéndose tras el parapeto.
Porque parapeto es para el picador y no peto para el caballo.
No es culpa de estos subalternos, muchos de ellos
extraordinarios toreros, tienen mucha culpa (quiero decir toda) los toreros
dedicados a morder el capote y hacer ostentosas señales con el brazo, pero sin
sacar al toro, dejando que su subordinado lo abra en canal. Verdad es; que está
“maniobra”, ante el toro que hoy sale por toriles, ha venido a menos.
El peto debe valer para otra cosa que no sea aniquilar,
desintegrar y quebrar a los animales y en definitiva hundir ya, de forma
irreversible la suerte de varas. A la evolución que ha venido operando en la
fiesta de los toros, hay que decir que el espectador se desentiende de cuanto
meritorio o deleznable se realiza durante el primer tercio, para esperar
impaciente la faena de muleta. Solo asomar las orejas de los caballos por el
portón y comenzar la indignación en los tendidos, es todo uno.
Notemos que el peto fue, en sus primeros años, una defensa
que respondía a su significación de armadura para el pecho. Después el peto
ganó en extensión y cubrió la parte trasera del caballo, y durante décadas de
los cuarenta y los cincuenta, fue modificando antirreglamentariamente. Cada
aumento de tamaño de la defensa de la cabalgadura trajo consigo una mayor
impunidad para la acción del picador. El crecimiento del peto ha significado progresivamente
la reducción del arte del varilarguero.
A partir de esta modificación, la fiesta de los toros no
volvió a ser igual. La orden, dictada por el general Primo de Rivera, marcó un
antes y un después en la historia del toreo. Pero hemos de subrayar que,
salvados los abusos, y volviendo a sus cauces lógicos, evidentemente la fiesta
se fue humanizando.
Fermín
González salamancartvaldia.es blog taurinerías
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