Friday, October 12, 2007

EL ESPORTON
VOLAPIE EN DECADENCIA
El publico actual de los toros, sugestionado por la relumbrante y falsa técnica que desde hace años viene imperando en la Fiesta, desconoce totalmente por no haberla visto practicar en toda su pureza, la suerte más gallarda y arriesgada, la de más verdad y emocionante de cuantas componen la lidia: La suerte de matar.
Ese minuto de impresionante belleza, que inspiro a laureados artistas la concepción de obras geniales, ese instante angustioso en el que la fiera y el hombre, cara a cara, se reúnen en determinado punto para el cruce; ese cortísimo espacio de tiempo en el que el diestro, al humillar la res, salva el pitón derecho de la misma e introduce el acero que la hará derrumbarse como fulminada por el rayo, no admite comparación con cualquier otra faceta de la lidia.
Lo más puro, fundamental y clásico del espectáculo donde el arrojo y el arte hermanados con maestría representan la postrera escena, se encuentra a la sazón relegado a casi un último plano, no solo por aquellos que lo practican, sino también por quienes tienen obligación de exigirlo en todas las corridas y a todos los espadas. Hoy, desgraciadamente se empieza a cuestionar el dejar la estocada al margen de la faena realizada, y la más clara demostración de que esto sucede así, es la cantidad de trofeos conseguidos por los espadas, que, a su vez consintieron los presidentes, incluso con salidas a hombros de la plaza, aunque la estocada sea defectuosa, no solo defectuosa, sino que se vea claramente el infame bajonazo, con que se segó la vida de la res. [Comienza por tanto, en el “Modernísimo” espectáculo, el declive de la suerte de matar].
El preciosismo, la cuquería y otras artimañas por el estilo, parecen estar confabuladas en la actualidad para hacer desaparecer definitivamente una suerte como la titulada “la hora de la verdad” y, lo triste es que lo van consiguiendo. Porque tienen como cómplices la euforia de esos públicos modernistas, que en el paroxismo de su histérico entusiasmo, prodigan ovaciones hasta desgañitarse solicitando orejas, aunque el diestro de moda haya dado muerte al toro entrando a paso de banderillas, volviendo la cara, atacando con el brazo suelto y clavando el estoque; caiga donde caiga. Contagiando con su presión, a un balcón presidencial, que no asume con valor su responsabilidad, ni aplica lo que por ley, tiene estatuido. ¡Una pena señores, una pena!
Fermín González.-

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