Thursday, January 24, 2008

EL ESPORTON
ORO Y TORO

En el toreo, no es todo oro lo que reluce: No se trata de disminuir el toreo, ni desestimar la elegancia de sus figuras, ni poner en duda la seducción capital de sus gracias, así como tampoco ver en el mismo, un arte esencialmente plástico. Si este fuera el caso, se le podría separar del soporte del animal y llevarlo a cualquier otro escenario... Y es que, un torero sin toro, queda reducido a muy poquita cosa.
El toreo es – no lo olviden nunca -. Un inteligente desafío arrojado al drama, la angustia, al miedo y la incertidumbre. La inigualable belleza que de el se desprende, saca toda su fuerza de la realidad de la victoria conseguida por el hombre. En cuanto se reduce el peligro, o no existe más que como mere ficción, esta sensación se marchita y pierde toda su originalidad. El toro, es el único que puede convertir un hecho banal en dramático. Cuando la lucha con el toro es un espectáculo mayor, una de las obligaciones esenciales del torero es, la de emocionar al público y, conseguir con la expresión de su arte mover directamente sus sentimientos, sus corazones y sensibilidades. Es decir hacerlo vibrar, ponerle los “pelos de punta”, arrancarle el olé seco y rotundo, que no puede reprimir su garganta.- Claro; el toro debe estar en la arena -.
Para torear bien, se debe exponer, y aun más en momentos cruciales, en los que el torero pone en juego todo su esfuerzo y capacidad personal; aguantando toros de largo y veloces en el envite, en los primeros pases de capa, conduciendo y dominando al animal, en la ejecución y cite, en la estocada etcétera. Esto, si es el riesgo que debe ser calculado, es el gesto y el rigor expuesto en torería lo que crea tensión. Y esto no escapa al buen aficionado que, aunque en minoría aun se encuentra entre el publico, y que no se deja burlar por esas demostraciones de desplantes y desafíos de aire teatral, que crea una atmósfera cursi, de desorbitado triunfalismo. El verdadero arte, esta en expresar serenidad, el perfecto dominio de si mismo y las circunstancias de la lidia. – Que raro…


Fermín González.-

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