¡LAGARTO... LAGARTO!
AL HILO DE LAS
TABLAS
¡LAGARTO…
LAGARTO!
-Siempre
que, se les ha preguntado a los toreros, si tienen miedo a la hora de
enfrentarse al toro, es muy raro encontrar alguno a traves de la historia que
tajantemente haya negado tal temor-. Esta incognita, no es tan solo patrimonio
de los que se visten de luces, pues al igual que en otras profesiones, sobre
todo en aquellas, en que haya que enfrentarse al publico, el miedo y el temor
están latentes en nuestra vida. Pero sin salir de los limites de la
tauromaquia, diremos que:
Unos sienten
miedo sobre todo a la incógnita del toro, otros al fracaso, también al publico
y hasta de si mismos, el miedo a tener miedo.
A cuantos
toreros no habremos visto que han expresado tal miedo, que no ha sido posible
ocultarlo, que se han sentido dominados, agarrotados, impotentes de superar y
domeñar esa angustia, de sentir una sensación que pudiera parecer irracional y
al mismo tiempo tan humana.
Al
aficionado le resulta casi un insulto, cuando adivina como un torero cambia de semblante,
anda inquieto, desencajado, huye y corre y hasta lo ve temblar. Y sin embargo,
es el sentido más agudizado y humano que el torero ha de vencer y, esto en
muchas ocasiones escapa al gran público, que no razona sobre el enorme esfuerzo
que supone para el hombre vencer la sinrazón y al mismo tiempo darle satisfacción
a miles de cabezas y ojos que escrutan si has podido superar el miedo.
Ha sido cosa de
todos los tiempos que el aficionado, intentase enterarse sobre el momento que
resulta más penoso para los lidiadores. Cada torero ha dado su opinión respecto
a ese asunto. Lo que falta saber si efectivamente han sido sinceros.
Algunos han
dicho, que las mañanas antes de la corrida; otros el momento del paseíllo,
otros, los más, que la salida del toro que les corresponde, sobre todo si es el
que abré plaza. Como pueden ustedes ver, un sinfín de respuestas que solapan un
tanto los temores y los miedos de los toreros, que como hombres responden a una
forma muy reflexiva y humana. Que tengan miedo, aunque no puedan, ni deban
expresarlo en la plaza.
“ Le preguntaron a Cuchares sobre el miedo y
respondió. (Pues veréis Uds., en el momento que suenan los clarines, la mayoría
de los toreros no saben donde se han atado la faja”).
La superstición
es hija de la flaqueza humana, una especie de enfermedad del espíritu. Es tan
antigua como el hombre, o quizás tanto como el lenguaje mismo.
Hay personas,
que dicen para nada ser supersticiosas, a pesar de creencias arraigadas que
difícilmente se sustraen al influjo de estos vestigios. Pero lo cierto es que,
todos dudamos un momento, incluso, nos espantamos ante lo desconocido, o bien
nos ponemos a la defensiva cuando surgen los momentos angustiosos.
Los toreros como
personas, y que además han de luchar y presentarse al juego de lo desconocido,
no son ajenas a esta cultura de las flaquezas humanas, al rito litúrgico se le
une la preocupación de tener que defender su nombre y su prestigio. Asusta
pensar, que un hombre pueda sufrir tan perniciosas influencias, sobre todo si
se tiene en cuenta el numero extraordinario de “Gafes” que de forma casual o deliberada, se pueden reunir cualquier
tarde en un coso taurino. Así refleja la historia, y puede comprenderse que
algunos coletudos a pesar de sus agallas, temblaran ante la posibilidad de un
gafe, porque no es chico enemigo ese que, con su fluido maléfico pueda
encenizar de golpe la vida y la hacienda de un torero entre los cuernos de un
toro. Recurrir a una extraña colección de amuletos, talismanes y estampas con
objeto de expulsar malos espíritus, así como otras precauciones en materia de
los objetos que circulan alrededor de los matadores, son interpretaciones que
para algunos decide la suerte de la tarde
Atribuíamos al
gitano particularmente en cosas de toros la preocupación supersticiosa. Su raza
prodiga en hechicerías, adivinaciones y artes mágicas, se nos ha presentado
siempre como el depositario más firme de las supersticiones, nacidas sobre todo
ante el enigma de la muerte y el espantable aparato de las fuerzas naturales
desatadas. Sin embargo podemos comprobar que por el hecho de ser gitano no es
patrimonio suyo la superstición, y, que todas las razas humanas conservan en
los bajos instintos del espíritu estos sentimientos.
En el mundo
taurino, y hablando de supersticiones son sobradamente conocidas las famosas “espantas”
del Gallo o Cagancho, superstición graciosa y gitana por las que se
caracterizaron estos famosos toreros, (más de un revistero de la época dijo de
ellos) ¡hasta para salir por pies tienen arte! También es cierto que
tanto hoy como ayer, se le preguntaba a los toreros si son supersticiosos y
estos contestaban con un – no, o,
un sí, a medias, en cosas
banales, sobre el color del traje, el pié al levantarse, o los tópicos del gato
negro, la escalera, el día trece, etc., etc. Pero esta claro que la causa de la
tragedia se deriva de las malas condiciones del toro, de la ruda presión del
público y de la ciega temeridad del torero.
“Mala pata, dijo Maoliyo el Espartero cuando
la berlina cascabelera que le llevaba a la
plaza en la tarde del 27 de Mayo 1894, se cruzo con un entierro”. Y mala pata, se le oyó murmurar cuando salió por toriles el toro "Perdigón" de tan funesta memoria. ¡Presentimiento! ¡Quien sabe!. Espartero decía no ser supersticioso veinte minutos antes. Claro que- Aquella era otra Fiesta-.
Fermín
González Salamancartvaldia (blog
taurinerias)
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