EL ESPORTON
ENTRE DOS AGUAS
Una de las cosas hermosas que tienen los toros es ver la plaza colmada de público. La plaza llena, es la vida en acción, bulliciosa, tumultuosa, variante, caprichosa, infantil, irreflexiva, exigente, justa e injusta. La plaza llena es el ritmo y el latido, ritmo en el torero y latido en el toro.
Toro y torero, son el porqué de una sensación cruel, generosa y feroz que se llama público, capaz de mimar y besar, así como de maltratar y destrozar. Dispuesto para el trance y el triunfo. Nada hay tan tremendo como la plebe, como la masa donde miles de cabezas y manos acechan para dar rienda suelta a sus emociones. Es el enemigo en potencia con el que ha de luchar el torero, desde que despliega su capote de brega y el clarín anuncia la salida del toro. Al luchar con el toro, enemigo más claro, el torero lucha indirectamente con el otro enemigo que tiene a su espalda. El animal con sus reacciones, resabios o bravura, es menos peligroso que la presión mental de la masa, que sin darse cuenta el torero gravita sobre él, concentrada en una mente colectiva, vigilante e insidiosa; cerebros expectantes de los movimientos de sus manos, de sus pies, de la posición de la muleta, del vuelo del capote o de la gallardía en la estocada. El torero por tanto arriesga su vida ante el toro, y el prestigio su vida profesional ante el público. “Admira el publico viendo con ansiedad los equilibrios del funambulista en el alambre”. El torero por tanto en su equilibrio entre el publico y el toro es un héroe cundo vence y convence al publico, que responde enardecido en la ovación. Pero “ay de él si fracasa”, se le gritara, insultara y su despedida será entre almohadillas. Y en ello estriba la grandeza del toreo. Cierto que; hablo cuando el publico demandaba rigor y exigencia y mucha seriedad, capaz de entregarse por entero cuando, el valor y las faenas sobresalían por encima de lo normal. Y también muy capaz de cuando se sentía engañado, por la desidia, la torpeza o la desgana. ¡El de “oro” debía apretarse los machos!... Y correr…
Fermín González.-
ENTRE DOS AGUAS
Una de las cosas hermosas que tienen los toros es ver la plaza colmada de público. La plaza llena, es la vida en acción, bulliciosa, tumultuosa, variante, caprichosa, infantil, irreflexiva, exigente, justa e injusta. La plaza llena es el ritmo y el latido, ritmo en el torero y latido en el toro.
Toro y torero, son el porqué de una sensación cruel, generosa y feroz que se llama público, capaz de mimar y besar, así como de maltratar y destrozar. Dispuesto para el trance y el triunfo. Nada hay tan tremendo como la plebe, como la masa donde miles de cabezas y manos acechan para dar rienda suelta a sus emociones. Es el enemigo en potencia con el que ha de luchar el torero, desde que despliega su capote de brega y el clarín anuncia la salida del toro. Al luchar con el toro, enemigo más claro, el torero lucha indirectamente con el otro enemigo que tiene a su espalda. El animal con sus reacciones, resabios o bravura, es menos peligroso que la presión mental de la masa, que sin darse cuenta el torero gravita sobre él, concentrada en una mente colectiva, vigilante e insidiosa; cerebros expectantes de los movimientos de sus manos, de sus pies, de la posición de la muleta, del vuelo del capote o de la gallardía en la estocada. El torero por tanto arriesga su vida ante el toro, y el prestigio su vida profesional ante el público. “Admira el publico viendo con ansiedad los equilibrios del funambulista en el alambre”. El torero por tanto en su equilibrio entre el publico y el toro es un héroe cundo vence y convence al publico, que responde enardecido en la ovación. Pero “ay de él si fracasa”, se le gritara, insultara y su despedida será entre almohadillas. Y en ello estriba la grandeza del toreo. Cierto que; hablo cuando el publico demandaba rigor y exigencia y mucha seriedad, capaz de entregarse por entero cuando, el valor y las faenas sobresalían por encima de lo normal. Y también muy capaz de cuando se sentía engañado, por la desidia, la torpeza o la desgana. ¡El de “oro” debía apretarse los machos!... Y correr…
Fermín González.-
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