VENENO DE AFICIÓN
AL HILO DE LAS TABLAS
VENENO DE AFICIÓN
Cuando uno asiste a charlas, coloquios, tertulias,
conferencias y en casi todos los foros y parlamentos taurinos, incluso en amena
conversación entre amigos y aficionados, no es raro que aparezca en las mismas
por parte de alguno de los comensales, la cita del tiempo, que llevan dentro de
esta ”bendita” afición. A cualquiera de ellos le unen los recuerdos y evocan
las mocedades, y nada raro por lo tanto oír que: [Comencé a ir a los toros, cuando de chaval me llevaba mi padre, mi tío,
mi abuelo etc.].
Servidor, del que nunca hablo, se atreve ahora al cumplir
los sesenta años, que comencé a
abrir los ojos a esta Fiesta de los toros, que siempre ha creído que era
inmortal. Por otro lado debo decir, que a este chaval, no le llevo nadie a la
plaza, ni abuelo, ni padre, ni pariente alguno, y no es que sea mérito alguno,
ni mucho menos presuma de ello, sencillamente no ocurrió y este hubo de
nutrirse entre chicos y amiguetes de barrios de esta ciudad, para marcar a
hierro su desmedida y zozobrante afición, es decir me hice adicto a –martillo y cincel-
Arranque por tanto, en la Glorieta en una feria de 1959,
había visto ya alguna novillada económica, fiesta de los barrios, de los
bomberos etcétera, pero sin mucho énfasis, ni fijación, pero aquel año un “gorrilla”, de mi barrio “la Prospe”, dos horas antes me llevo a
la plaza, e iba limpiando las almohadillas, por entonces eran como las de
Madrid, allí acurrucado en la bocana de entrada al ruedo, veía el festejo,
al término a recoger las almohadillas,
que pesaban un quintal, y alguna pesetilla caía, por el trabajo, luego pase a
las botellas de gaseosa, y de otros refrescos, pero para mí lo sublime era ver
a aquellos torerazos, faenas, salidas a
hombros, cogidas, todo quedaba guardado en mi retina, y todo lo contaba en
casa con desbordante ilusión, dibujando con un palillo y un trapo, la faena de
la tarde. Porque en aquel tiempo ¿Quién no fue improvisado torero?, cuando se
jugaba en la calle, se jugaba al toro. Y, luego como era capaz de contárselo a
los vecinos de mi calle, a los chicos y grandes, era una forma de sentirte
dentro de la plaza.
Después el
transcurrir del tiempo, te vas empapando del toreo, y quedas enganchado a este
animal sublime y bravo, a los trajes de luces, a las hazañas de los toreros, y
comienzas a tomar cartel por muchos de ellos, por su destreza, por su señorío,
su empaque, su valor su gesto, y esos rasgos de personalidad y grandeza, que
singularizan a cada uno de ellos, así quedas atrapado. Y sin desvelar muchas de
las cosas que hice, por seguir
empapándome de todo aquello, que me sugestionaba, comencé a leer, coleccionar,
preguntar, estar al tanto de todo lo que tenía que ver con el toro, matadores,
novilleros, figuras destacadas, plazas trofeos ferias ausencias, retiradas,
cogidas, vueltas, hasta quien tentaba en invierno en las ganaderías. Todo
estaba en la prensa de entonces y en las revistas el Ruedo,
Dígame, Fiesta, etcétera, los vericuetos de la tauromaquia se
completaban oyendo a aquellos mayores,
que hablaban de todas las calendas ocurridas antes y ahora, a partidarios, y
antagonistas, donde se creaba un ambiente discrepante pero en una armonía
distinguida.
La afición a las fiestas taurinas, amén de manifestarse en
las plazas de toros, constituían después de las corridas y durante la temporada
muchas reuniones en cafés y casinos donde se congregaban individuos reducidos
en número pero selectos en calidad, para hablar de la fiesta, comentando sus
accidentes, juzgando lo bueno y lo malo de las ganaderías y apreciando la
capacidad y valor de los lidiadores. No existían apenas peñas o círculos
organizados como los hay ahora, donde se juntan los partidarios de determinados
diestros.
Los cenáculos de la época eran absolutamente particulares,
se componían de aficionados de diferentes gustos y de distintos pareceres en
cuanto al mérito de los toreros. Cada uno tenía su preferido y en las
discusiones que se suscitaban, defendían lo que estimaban mejor de sus dotes
gesto y torería del espada simpatizante.
Había aficionados de
total competencia en la materia, que los juicios sobre reses y toreadores los
escuchaban con respeto los más acreditados ganaderos y los más afamados ases de
la torería que alguna que otra vez hacían acto de presencia y oían sin perder
detalle las indicaciones y consejos de aquel tribunal, cuyos fallos gozaban de
un razonable prestigio.
Eran reuniones, donde casi todos los asistentes eran de edad
madura, por lo tanto habían tenido ocasión de presenciar y dar fe de los
contrastados estilos que mantuvieron los gloriosos espadas. Al tiempo que se
les concedía a los más viejos cierta autoridad, puesto que sus opiniones se
difundían entre los aficionados, sirviéndoles para orientarse en sus
observaciones y dictámenes en la plaza. Estas tertulias apenas tienen hoy razón
de ser, porque aparte de saberlo todo, hoy no sabemos escuchar, todos somos
unos entendidos, aunque luego en la plaza haya un palmaria demostración de
ignorancia, de aplaudir con frenesí, y solicitar los trofeos sin tasa ni medida
que lo justifique. Convendrán conmigo que hoy a los públicos asistentes les
faltan “cimientos taurinos”. Claro que estos son los que más gustan a empresas
y toreros. Pasen y vean.-
Fermín
González salamancartvaldia.es
blog taurinerías
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