MOZO DE ESPADAS
AL HILO DE LAS TABLAS
MOZO DE ESPADAS
En
la profesión taurina existe una gran variedad de categorías. Una de las más
modestas la constituyen los mozos de estoques. Estos hombres suelen pasar
inadvertidos, lo que no quiere decir que no cumplan, dentro de su peculiar
esfera, con un cometido importante, mucho más importante de lo que mucha gente
supone. Ellos son los que mueven silenciosamente muchos hilos que salvo casos
extremos, permanecen en el anonimato de los públicos.
En tiempos anteriores, conocíamos a
muchos de estos servidores de celebres toreros, que supieron compartir con
ellos durante largos años las penas y alegrías de la profesión taurina.
Todo mozo de estoques que figuraba en la plantilla de personal de un
torero más o menos “monstruo” tenia que
conocer al dedillo, horas de trenes, distancias, tarifas, facturación
equipajes, así como ingresos y gastos, trato con incondicionales del torero,
invitaciones etc. Todo un relaciones publicas que además velaba el descanso del
maestro y mantenía su ropa limpia y dispuesta para la prolija tarea de vestir a
su jefe. Guardián de las espadas o
estoques, lo veréis por el callejón correr silenciosamente, para estar en todo
momento a prestar su servicio. Fija
siempre la mirada en su matador, reflejan en sus semblantes los avatares de la
lidia, y en los instantes dramáticos de la cogida, muchas veces los vimos
saltar la barrera para defender la vida del torero.
Es muy cierto, que para los toreros,
el cuarto del hotel de cualquier ciudad donde tengan que alternar, se convierta
a su llegada, en morada, despacho, comedor, capilla etc. Esas habitaciones de
hotel, son testigos de descanso, relax, desnudez y complicidad de los toreros.
Entre esas paredes, miradas al espejo y observando la ciudad ensimismados en sus pensamientos a través de
los cortinajes de las ventanas, pasan como digo, los toreros las horas, antes
de que el mozo de espadas que vigilara su descanso, tras servirle una liviana
comida, será el único autorizado para alterar su sueño, los nudillos de su
escudero golpeando suavemente la puerta del cuarto, le dirá...”Maestro
la hora”. Desentumeciéndose bajo la ducha, comenzara la liturgia; en la
silla descansa el vestido de luces elegido, y el ritual de siempre, enfundarse
el terno, orar en su capilla ambulante, darse valor y expulsar sus miedos. Todo
justo, en orden, puntual. Una vez terminado ese primer pasaje, aunque cotidiano
de cada tarde, recoge su capotillo y su montera, y firme con la mirada al
frente, se dice: ¡…Vamos pá la plaza, y
haber que pasa…!
Salvo
percance serio, el torero volverá a su cuarto de hotel, su humor y estado de ánimo
dependerá del fruto obtenido ante sus toros, pero ya no estará solo en su
habitación, y con aquellos que le acompañan, dará rienda suelta a cuanto
aconteció en la plaza. Se de algún torero, que se ha quitado el traje a
estirones, con rabia, porque la tarde fue aciaga y él no fue capaz de
solventar, o malogro todo con la espada, o bien esa tarde estuvo parco,
diluido, perdido. Y también se de alguno, que se ha sentado en la cama vestido
y ha tardado horas en desvestirse. De lo torero y triunfal que se había
sentido. De todo esto, son mudos testigos las paredes de ese cuarto de hotel.
Mañana será otra ciudad, otro vestido, otro olor distinto. Pero ni dejara de
ser ese “chiquero”, que al igual que su oponente el toro, también horas antes
se encuentra recluido.
Fermín González.
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