PASION POR EL VINO
ENTRE PUENTES
LA PASION DEL VINO
(I)
¿Sería posible que descorchar una botella de vino es como
violar una ilusión? Pues eso. A su vez, el descorche practicado por algunos
“insensatos” faltos de buenos profesionales o sumiller, desde que vemos abrir
la botella y servirlo en la copa es un
verdadero “lamento”. Pues eso, otra vez porque de todo hay, para alimento de
los sentidos, cuando una botella se ofrece sin corcho ya.
Pero hay que sacarle el tapón de ese corcho que quizá,
dicen, fue conocido en la antigüedad, aunque su uso, digamos constitucional, lo
gestaron hace tres siglos el fraile – astro de las burbujas de la Campaña, Dom
Pérignon, y los cosecheros del vino Tokay en Hungría. La elasticidad del corcho
es la que asegura la conservación del vino. Existen problemas que deterioran la
salud del corcho, que a su vez pudieran atentar contra la crianza y estabilidad
de un caldo. Por ello, a veces se somete al corcho a tratamientos que, al abrir
una botella, despiden olores ajenos al vino. No es nada grave, generalmente;
conviene sólo destapar las botellas unos minutos antes de servirlo.
Hay que abrir ya la botella. ¡Sin un movimiento brusco! Y es
necesario un sacacorchos. ¿Cuál? Un preámbulo antes de nada: a pesar de todo lo
que ha sido la historia de la humanidad, hasta llegar a la civilización del
AVE, aún, no se ha convocado un concurso mundial de sacacorchos, y el ejemplar
absoluto, total o casi, no existe. La moda presente del vino echa al mercado
sin consideración que valga, los sacacorchos más irresponsables. Hay que
olvidarse de todos los modelos eléctricos, de aire comprimido y “maravillas”
similares que nos ofrecen en muchos escaparates y ferias de muestras. Las amas
de casa dicen que el llamado Screwpull les conviene; más a ellas, al no
necesitar de tanta fuerza para extraer el corcho. El más utilizado por los
profesionales, el más rápido, manejable
y práctico, sigue siendo el de toda la vida: el denominado sommelier, en forma de
cortaplumas, con sus tres elementos simples y rotundos: la navaja, el elevador
y la espiga o espiral.
La primera operación con el sacacorchos en la mano, consiste
en cortar la parte superior de la capsula de la botella, pero por debajo del
reborde, con el fin de que al ser servido el vino se deslice sobre el cristal
únicamente. La botella siempre necesita un apoyo; y si es vino grande la
botella estar en el cestillo que le corresponde, este ha de sujetarse de modo
que no se oculte la etiqueta, identidad del misterio podíamos decir; si la
botella está en pie, con respeto y suavidad, buscara el apoyo en la muñeca
firme del sommelier de turno y en una mesa o apenas rozando su muslo. La
herejía consiste en meter la botella entre las piernas es cosa de cárcel.
La ceremonia continúa, la botella ya está abierta. Quien
ejerce de sumiller ha extraído el tapón de la espiral del sacacorchos. Y
parsimoniamente lo acerca hasta su nariz. Este es el primer contacto del olfato
humano con el ser divino. El corcho
ha de oler a vino, sin más. De no ser así, puede denunciar algún aroma extraño.
¿El corcho ha triunfado? ¿Y las copas?. Ante un incrédulo, dicen los más sabios
que hay que decir: ”Beba usted el mismo
vino en cinco copas distintas y vera si hay o no diferencia”. Pero como el
incrédulo en esta materia suele ser desconfiado igualmente, es posible que no
haga esa prueba. La cultura de las copas en España, parece que vamos saliendo
de la edad de piedra. El mal gusto y el duralex, protegidos por la crítica
oficial, arrasan en restaurantes y comedores caseros.
Una copa es el escaparate del vino, donde todas sus
cualidades se manifiestan. Una copa ha de ser de cristal y muy fina, para que
los labios olviden fácilmente su contacto e intimen con el vino cuando se
desliza, ha de ser incolora y nunca jamás tallada ni sembrada de dibujos,
florituras o decoraciones. Lisa absolutamente. La copa sin tallos debe ser
eliminada como la rabia de los perros; el talle alto ensalza su elegancia y
permite cogerla con los dedos y no abrazarla con la palma de la mano, que
siempre puede trastornar la temperatura del vino. La forma ovoide, revela los
aromas cuando, lentamente, se le hace dar vueltas al líquido. Y la curvatura
superior, no muy abierta, favorece la retención de las cualidades olfativas que
halagaran la nariz. ¡Claro que un vino añejo,
glorioso y sano requiere confort para desarrollar todas sus facultades!
En otra ocasión hablaremos del arte de beberlo…
civilizadamente claro…
Fermín
González salamancartvaldia
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