PINCELADAS DE MADRID
AL
HILO DE LAS TABLAS
PINCELADAS
DE MADRID
El
toro, es el único que puede convertir un hecho banal en dramático: la
iniciativa del hombre tiende a incrementar su intensidad, lo cual tiene su
explicación. Se expone cuando se torea, y aún más en momentos cruciales; tal y
como ocurrió con José María Manzanares en Madrid, en
este recién terminado San Isidro.
El torero tenia razones sobradas en
dicha feria, para no suplantar con temeridad, el valor consciente y el saber.
Más todavía; el torero tenía que decirle a Madrid y a su afición Venteña que,
es “alguien” en esto, que quería su confianza y su reconocimiento. Y esto
fueron argumentos sobrados, para que, ese riesgo tantas veces calculado en
muchas otras plazas, en ese momento puntual, el cálculo quedara al margen, para
adentrarse en el gesto, el rigor del combate, en la tensión, en regular a
voluntad el paso del tiempo y en definitiva emocionar. Manzanares también David
Mora y Paco Ureña Roca Rey y López Simón lo sabían, y
sabían también, que, con tal disposición no se les iba a escapar el triunfo,
como tampoco se le escapa al buen aficionado que se encuentra entre el público,
aquel que no se deja burlar por otras
demostraciones que, no fueran expresar el arte, la gallardía y el dominio de sí
mismo. Los toreros, aunque para muchos pueda parecer lo contrario son listos,
saben que Madrid “duele”, es difícil, caprichoso, variable, exigente e
intransigente y distinto muchas tardes. Por eso el triunfo, que todos quieren –
para unas u otras razones – está allí -. Y es en esa entrega y disposición
donde puede aparecer la cornada imprevisible; es el tributo, el pago al contado
con sangre propia. La cornada más o menos grave, es de nuevo el punto de
partida de la verdadera carrera. Y cuando se van recobrando las fuerzas y
cicatrizan las carnes desgajadas, el torero medita sobre las causas de la
cornada. Y de nuevo en la plaza, él publico comprobara cuanto le ha dolido
anímicamente y, si el valor no se le fue por el agujero de la herida. Mora
Ureña y Simón han podido comprobar este sentimiento.
Si recapitulamos sobre la trilogía –
parar, templar y mandar -... Por el temple, se manda; por el mando, es posible
no moverse. Si somos capaces de observar esto una tarde (aparte del milagro)
veremos como surge sencilla y fluidamente el quehacer del torero, que realiza
un toreo en perfecta concordancia, con la característica esencial de tener
delante a un toro bravo – claro esta -. Luego eso – y nada más que eso, es lo
único que se puede llamar toreo, que se nos revela desde aquella época de oro.

Fermín
González Samancartvaldia.es (blog
taurinerías)