DOMINADORES Y ESTILISTAS
DOMINADORES
Y ESTILISTAS
El toreo, es un arte y un oficio. Un
arte como expresión plástica y un oficio como mayor o menor habilidad en la
lidia de reses bravas. Cuando el oficio se personaliza, se distingue del mero
conocimiento y se eleva con singularidades y acentos propios, adquiere
categoría artística individual, concreta. Surge el gran torero, el artista del
toreo, o el torero artista, que supone una superioridad, una expresión, que no
esta subordinada al oficio, porque toma del arte de torear lo que tiene de
belleza, de gracia y crea una síntesis de particulares dones, cualidades,
actitudes y aptitudes. Esto significa no solo saber torear, sino interpretar
estéticamente la plasticidad del toreo como lucha, engaño, luz, color,
valentía, entrega, estilo. -En una
palabra -, realizar su obra, a través del “gesto”.
No es desdeñable, ni mucho menos, la
sabiduría en el oficio de torear, sin el seria imposible, establecer las reglas
en las suertes, que marcan las pautas de la Fiesta. Un buen peón, un
buen rehiletero, un buen picador, un diligente y certero puntillero deben
unirse eficazmente a la realidad del juego taurino, poniendo de manifiesto que
para tal labor se necesita oficio, que por otro lado, no tarda en detectarse en
la plaza, cuando, a algún bisoño en cualquiera de las facetas anunciadas – “
le falta oficio” -…
Verdad es, que en buena lógica, lo
primero que se requiere es ser lidiador. Sin ser lidiador no es posible ser
buen torero. Pero esto no es óbice para que un torero revele excelentes
facultades de artista. La belleza peculiar de las suertes del toreo, tiene
propio y definido rasgo, se rubrican singularizando la variedad de sus facetas,
sin erradicar la estética y la personalidad poderosa de las partes que la componen.
Ocurre con frecuencia entre aficionados, que distinguen para oponerlos dos
aspectos del arte de torear, la dirección lidiadora del torero poderoso,
conocedor de suertes, terrenos, aguerrido, valeroso y eficaz en la lidia. De
otro lado, los toreros de ejecuciones artísticas, primorosas de exquisito gusto
y trazo en los pases, cuajados de plástica y estética refinada.
Para muchos
públicos de hoy, la lidia, ya sea por desconocimiento de la misma, por escasez
de maestros lidiadores o porque los toros tienen poco que lidiar; el caso es
que tal recurso cuando casualmente ocurre, es un aburrimiento y solo el toreo
un placer. Para el toreo, o para el verdadero aficionado la primera es un
imperativo digno de atención, la segunda una brillante inspiración. Las faenas
más lucidas se hicieron siempre cuando el toro había sido sometido previamente.
Hoy, el toro que conforma las faenas, es un animal (salvo puntuales excepciones) “robot”, inocente, titubeante, que resta emoción e incognita dramática. Pero ya no queda más remedio que aprovechar los toros, según salen por torile, carentes de diversidad, de fiereza, de poder y nervio, pero con empalagosa nobleza. De esto deducimos la controversia entre entusiastas de hoy y, los románticos del pasado
Fermin González-
comentarista onda cero radio- Salamanca- .