¡TODO POR MI MADRE!
AL HILO DE LAS TABLAS
¡TODO POR MI MADRE!
¡Pedir!
Había pedido tanto ya, que
todas las puertas las encontraría cerradas.
¡Trabajar!
-Era domingo y tendría que
buscarlo, y mientras tanto su madre se moriría-. Así pensando breves instantes
y llorando mucho, cada vez que oía la respiración lenta y fatigosa de aquella
anciana, en la que estaba retratado el sello del dolor y a la que por momentos
se le acababa la existencia, pasó media hora; su cólera se aplacó y en su rostro
renació la esperanza.
¡Era domingo y día de corrida!...
Toreaba un íntimo amigo suyo. Todos los toreros tienen buen corazón. Pues ¿cómo
si le contara su desgracia no se había de apiadar de él y concederle lo que
deseaba? El no pedía nada; lo quería
conseguir con su trabajo; es decir, lo que ansiaba era que aquel día en vez de
torear su amigo torease él, y le diese como remuneración una parte del dinero
con que lo habían contratado.
Angelito era torero. Hacía tres años que todos los veranos se iba de pueblo en pueblo
pasando fatigas y hambre, quedándose muchas veces enfermo en el hospital de
alguno de ellos para después traerle a su madre un puñado de dinero, y con eso
y con lo que ganaba en su oficio, porque lo tenía, pasar el invierno con
desahogo. Pero aquella temporada no pudo hacer lo que acostumbraba, pues su
madre enfermó, el mal se arraigó bastante, tuvo que abandonar el trabajo para
cuidarla y poco a poco fueron consumiendo los fondos que tenían; cuando éstos
se concluyeron empeñaron ropas, vendieron muebles, y con el producto pasaron
unos días; después pidió a los amigos y más tarde buscaba el último favor, puesto
que si moría aquella anciana él buscaría trabajo para sí, y en el caso
contrario, con el dinero que le diesen pasarían algunos días y luego él también
trabajaría.
Se acercó a su madre hasta tocar su boca con
la de ella, y la dijo: «Vuelvo enseguida,
voy por la medicina.» Y volvió, no sólo con ella, sino con un precioso
traje de luces. Su amigo se había
compadecido de él. Le dejaba
torear, le dio para la receta y le ofreció la mitad del dinero que ganaba. Tan solo una condición: Únicamente. ¡¡Si le rompían el traje no percibiría un céntimo! Tomó
la anciana el medicamento, y un rato después sus ojos se abrían, su respiración
se iba poco a poco sosegando, sus labios pronunciaron el nombre de Angelito, le
llamó y le dio un beso. Este, loco de alegría, empezó a vestirse sin que lo viera
su madre, se despidió de ella, montó en un coche que se había parado a su
puerta y se encaminó a la plaza.
¡Y qué satisfacción y alegría sintió; cuando al hacer el paseo oía las aclamaciones entusiastas de que eran objeto las cuadrillas! Se figuraba que todas eran para él. Empezó la corrida y Angelito no conquistó ovaciones, pero llenó su puesto. Llegó la hora de banderillear, tomó los palos y citó al toro; pero al clavarlos se acordó de su madre, no tomo bien la salida, le enganchó y volteó el toro; se puso en pie, se aplicó un pañuelo a la herida que tenía en el pecho, y cuando llegó a la enfermería únicamente pudo decir a su amigo que ya le estaba esperando:
—>No ha tocao al traje, llévale el
dinero a mi madre->
Fermín González salamancartvaldia.es blog taurinerias